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Respuesta crítica al artículo de Félix Romeo: “Orgasmo mortal. Sobre 'El caso Argobast' de Thomas Hettche.”



En primer lugar, creo que urge puntualizar dos cuestiones, íntimamente relacionadas, que me hicieron mucho ruido en la lectura del artículo: el concepto de “final feliz” que maneja F. Romeo y la constante sensación de que no habíamos leído la misma novela.
F. Romeo reitera varias veces a lo largo del artículo su disconformidad con el final feliz de la novela. Después de releer demasiadas veces el corto artículo, deduje que denomina “final feliz” al hecho de que Hans Arbogast -personaje protagonista-, no terminara muerto -como los de A sangre Fría, novela de Capote con la que compara a la de Hettche-, ni condenado a perpetua para morir entre rejas. Hans Arbogast termina absuelto y tratando de ver qué hace con los pedazos destrozados de su vida, pero libre.
Ahora bien, desde la estética hettchiana -que ya he analizado en otros artículos sobre Nox y El caso Arbogasti-, está muy claro el planteo de que la problemática central es la sociedad. En esta estética la sociedad es el personaje alegorizado, criticado, desnudado, masturbado y amordazado. Por lo tanto, es la sociedad la que se enfrenta a un peligro que desconoce: un asesino suelto. Hans Arbogast fue sin dudas el asesino conciente de Marie, cuestión que Katja alcanza a ver antes de escaparse de la muerte, y dejar a Hans con una peluca en la mano (dicho en un acertado nivel coloquial: “se salvó por el pelo”). A sabiendas de la situación en que está -va a defender al asesino-, Katja se presenta en el juicio y hace su trabajo forense. No quiero reiterar aquí el análisis acerca de cómo el narrador utiliza la ambigüedad como estrategia discursiva, sólo me interesa recuperar ese capítulo que F. Romeo parece no haber leído. En el final de la novela, la sociedad sigue siendo víctima de un sistema judicial -en el que Hettche se ha especializado-, sigue sufriendo la fractura, la cicatriz en el rostro de Alemania. Todos los personajes juntan sus pedazos rotos y se quedan mirándolos. Evidentemente, no tengo la misma idea que Romeo, de lo que espero leer cuando pienso en un “final feliz”.
En segundo lugar, quiero analizar el “horizonte de expectativas” con que F. Romeo manifiesta haber leído la novela, y, en contraposición, el “lector modelo” que se propone desde la estética hettchiana.
F. Romeo es lector expreso de la serie CSI (Crime Scene Investigation) -sin menospreciar al lector de series, categoría dentro de la cual me incluyo-, y busca leer en la novela de Hettche, cual lector de policiales frente al Quijote, un episodio de la misma. Yo misma he analizado el componente macabro de la fórmula-hettche y su similitud con las series forenses, eso no significa que la obra se agote allí. En la larga enumeración de novelas que El caso Arbogast no es, o de géneros que podría haber sido, F. Romeo olvida contemplar la que sí es, el género que sí está escrito.
Si encontramos una novela que no tiene que ver en absoluto con ninguna que hayamos leído anteriormente; un género que, como lectores, nos desencaja de todos nuestros esquemas y estructuras, ¿no es esto, generalmente, una cualidad positiva? ¿No es una llamada, un alto ante el cual detenerse? Salvo, que seas un exclusivo lector de folletín.
El lector modelo que propone la estética hettchiana tiene una mirada política. Los vínculos trazados entre literatura y política en El caso Arbogast, se ponen de manifiesto a través de la fórmula-hettche (morbo-macabro-política)ii. Esta se halla orientada de una forma más estrecha al compromiso político de los intelectuales -lugar que ocupa en la novela el alter ego de Hettche, Fritz Sarrazin-, con la propulsión de cambios que actualizaran, en este caso, la reconstrucción jurídica de un Estado obsoleto.
Hettche explora nuevas relaciones entre la visión política y el espacio del cuerpo, en una conjugación que origina nuevas formas. Para congoja de algunos, en este caso, no era el mayordomo.

Para leer el artículo de Félix Romeo, click aquí.

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