Parte 1: Continuidades y rupturas.
Si pensamos en el dispositivo escolar en sus inicios -es decir, a fines del SXIX con la
construcción de los sistemas educativos nacionales-, se nos vienen a la mente algunas imágenes
en blanco y negro que parecen coincidir perfectamente con los que Foucault plantea en Vigilar y
castigar (1975) o en Los Anormales (Curso del Collège de France 1974-1975), sobre el control y el
disciplinamiento de los cuerpos.
El imperativo de construir un sentimiento nacional -muchas veces encomendado a los hombres
de letras, que en el caso de Argentina coincide con los románticos de la generación del 37- iba
acompañado por la necesidad de formar al ciudadano de esa nación. La patria tenía que fundarse
en el ser nacional; el ser nacional necesitaba, sin lugar a dudas, carácter de unidad.
Y como todos sabemos, lo único no tolera lo diferente. La búsqueda por la perfecta
homogeneidad, se construyó sobre los pilares de la igualdad, pero también de un alto grado de
negación de la identidad de los individuos diversos que formaban nuestra sociedad en ese
momento. Así como mi abuelo, que era zurdo de nacimiento, escribía perfectamente con la mano
derecha -aunque era lo único que hacía con esa mano-; muchos otros también aprendieron en la
escuela argentina, el rigor de ese control sobre los cuerpos.
Podemos pensar que mucho ha cambiado la escuela en los últimos ciento cincuenta años, y
sobre todo, si miramos algunas fotos de las aulas actuales donde los chicos se sientan en
redondo y la maestra ya no habla desde una elevada tarima, sino que circula entre los pupitres.
En apariencias, la escuela se proyecta como un lugar de encuentro de identidades diversas. En
apariencias y muchas veces, incluso, en políticas fehacientes que se manifiestan explícitamente
en distintos niveles de concreción, por ejemplo, los diseños curriculares o también en una ley o
proyecto institucional.
Ahora bien, ¿podemos afirmar con total seguridad que ese sea realmente un espacio de
encuentro? Si eso es así, ¿por qué un director como Xavier Sala necesita poner en escena una
situación que demuestra lo contrario? ¿Será que no es tan excepcional como podemos pensarlo?
Fátima, la estudiante, no experimenta ese encuentro. Todo lo contrario, un expreso y declarado
rechazo. Quizá, la cultura musulmana es muy cercana a la realidad de la sociedad española y
podamos trasladarnos a una situación análoga en nuestra sociedad.
Hace poco, asistí a un encuentro presencial en la UNIPE, donde había varios docentes del todo
el país y de todos los niveles educativos. Para mi sorpresa, me encontré con una maestra de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que se enorgullecía de ayudar a sus alumnos dominicanos en
la adaptación al dialecto rioplatense. Sus alumnos, gracias a ella, dejaban de decir “tajador” y
aprendían a decir “sacapuntas”. Cuando le preguntamos cuál era el criterio por el cuál ella
obligaba a los niños a dejar un lexema por otro, dijo que ella se limitaba a las palabras del
diccionario. Al instante una de las colegas, profesora en ciencias de la educación, le mostró el
celular, abierto en la página web de la RAE donde aparecía claramente la palabra “tajador”.
¿Por qué esta maestra decidió que los chicos debía eliminar una palabra de su vocabulario, en
vez de enriquecerlo? Si la población de su aula tenía esas características, ¿no hubiese sido mejor
enriquecer el vocabulario de ambos sectores dialectales y que todos supieran que “tajador” y
“sacapuntas” son sinónimos?
Sin lugar a dudas, el dispositivo escolar ha tenido muchísimas mejoras fruto de interesantes
rupturas en este siglo y medio, pero en cuanto a continuidades, les dejo como ejemplo la mano de
mi abuelo, el Hiyab de Fátima y el tajador censurado en ese aula porteña.
Parte 2: Autoridad y confianza.
El primer contacto con el mundo que tiene el niño fuera de su círculo íntimo de crianza es la
escuela. Espacio de socialización por excelencia para todos los niños. Primer contacto con el otro,
con aquello similar pero distinto. Es la primera vez en la vida del niño que se choca de frente con
una otredad, con una subjetividad nueva fuera de la intimidad de su crianza. Y, ¿cuál es el factor
que habilita ese contacto con el otro? Según Cornú, “el niño no tiene otra posibilidad de sobrevivir
si no es teniendo confianza en el otro y no tiene otra vía para humanizarse” (1999).
En el corto de Xavier Sala, la confianza que la estudiante deposita en la docente se ve
totalmente traicionada. ¿Hasta qué punto esa docente es consciente de la violencia que ejerce en
Fátima? ¿Qué aspecto de su formación está fallando si cree que una subjetividad manifiesta
puede quitarle lugar a las otras subjetividades? ¿Por qué no sumar las diversas identidades y
aprender juntos a convivir en armonía? ¿No hay acaso algo de temor? Por supuesto, “lo otro”
siempre nos aterra: nos aterra la invasión, nos aterra la suplantación y que en definitiva, eso otro
ocupe el lugar de nuestra mismidad. Como el “tajador” del niño dominicano en el aula porteña.
De modo que la preceptora, docente o regente, -porque no queda claro qué rol ocupa ese
persnaje en el corto de Sala- está posicionada en esa tarima, en las alturas desde donde puede
imponer una autoridad basada en la ley del más fuerte. El diálogo de razonamiento que entabla
con Fátima es solo una pantomima, una mímesis de un diálogo verdadero. Ella solo traslada una
orden endulzada de falacias.
Para Tenti Fanfani, la autoridad es, hoy en día, “una conquista sujeta a renovación permanente
(…) [donde se] debe emplear nuevos recursos relacionados con la capacidad y la disposición a la
escucha y el diálogo, el respeto y la comprensión de las razones de los otros, la argumentación
racional, etcétera.” (2004).
Parte 3: Curriculum y estrategias: de la buena enseñanza y la enseñanza comprensiva.
Cuando Edith Litwin, en el año 1996 pensó que la didáctica tenía que hacer un mea culpa y
volver a ocuparse de algunos aspectos que desde Bobbit (1918), pasando por el modelo tecnicista
de Tyler y Taba, y por las reformas que en los años 60 se plantearon los pedagogos
estadounidenses luego de comprender que, en cierto modo, habían perdido la carrera espacial
contra Rusia (1) ; hasta llegar al momento en que ella estaba pensando esa reconstrucción de la
didáctica como campo de saber dedicado a la enseñanza, planteó dos caras de la misma moneda.
Por un lado, la buena enseñanza orientada ética y moralmente -qué saberes son
“racionalmente justificables” y “dignos de que un estudiante los conozca”. Y por otro lado, la
enseñanza comprensiva vinculada estrechamente al campo de la psicología. Para Litwin es
preciso derivar para poder aclarar, algo así como desmalezar el campo de la didáctica para poder
“reconocer el tejido de las consecuencias sociopolíticas y morales en el acto de enseñar.
Sin lugar a dudas, el personaje de la docente -en el corto-, está yendo en contra de estos dos
principios de la enseñanza y encarna un estereotipo muy en boga tanto en Francia como en
España, que se corresponde con una postura epistémica iluminista: el lugar del saber, que en este
caso es el instituto al que asiste Fátima, como un templo de la razón, donde no hay lugar para la
religión. Podemos afirmar tranquilamente que esta postura atrasa un par de siglos pero sin
embargo funciona actualmente en Europa.
Es llamativa la irracional arbitrariedad con la que esta docente le impone a su estudiante dejar
de lado un aspecto de su subjetividad, fragmentarse, quebrarse como si tuviese que arrancarse un
pedazo de sí misma para poder entrar en contacto con los otros. Para esta docente, Fátima es un
otro que debe convertirse a su “mismidad”, a la del instituto, a la que ella cree correcta y que no
cuestiona para nada. Esta manipulación de la vulnerabilidad de la adolescente, sin duda alguna
está dentro de un curriculum oculto pero la norma iluminista parece formar parte de un curriculum
más explícito.
Aquí no hay espacio para una “negociación de significados” que permita construir
conocimiento, sino un autoritarismo encubierto -en maneras dulces y falso razonamiento conjuntoque
manifiesta el adulto. Porque lo importante, para la maestra de Fátima es correr lo otro,
separar los diferente y acallarlo, sin importar la construcción autónoma de la identidad de esta
estudiante. La cuestión es doblegarla, a partir del sesgo de lo que debe sentir y cómo debe
manifestarlo.
En la novela de Richard Matheson (1954), el personaje principal llamado Robert Neville sale todas las noches a matar vampiros, pero hete aquí un pequeño detalle: el mundo está hecho solo
de vampiros, y él por una muy peculiar razón, es el último hombre sobre la Tierra. Por suerte, los
vampiros logran atraparlo, enjuiciarlo y condenarlo. Robert Neville, que creía estar defendiendo
una raza sin saber que estaba extinta, se da cuenta de que en realidad lo único que ha hecho es
un cambio de roles: ¿quién es el monstruo ahora? Nos guiña Matheson.
La maestra de Fátima defiende un ideal iluminista extinto, pero se aferra a esa idea porque en
realidad, como el personaje de Matheson, no quiere ser el otro, no quiere ver en lo que se ha
convertido.
(1) También retoma los aportes de Stenhouse en los 80’s cuando empieza a pensar el lugar del curriculum y el docente dentro de la espiral de la Investigación Acción.
Bibliografía.
Cornu, L. (1999) La confianza en las relaciones pedagógicas. En Frigerio G. y otros Construyendo un saber sobre el interior de la escuela. Novedades Educativas.
Litwin, E. (1996) “El campo de la Didáctica: la búsqueda de una nueva agenda”, en Corrientes didácticas contemporáneas.
Tenti Fanfani, E. (2004). Viejas y Nuevas Formas de Autoridad Docente. Revista Todavía.